Volvemos con nuestra nueva sección y en este caso agradecemos de corazón a esta madre que tuvo que vivir una experiencia casi de ciencia ficción…
“Ser madre en plena pandemia por coronavirus”
Mi experiencia como madre aún es escasa, pero esta breve trayectoria se sitúa en un momento histórico, y es que fui mamá en plena pandemia por coronavirus. En un punto en que los contagios se contaban por miles, centenares de fallecidos y un colapso sanitario sin precedentes.
Comenzaba la cuenta atrás, nuestra pequeña estaba preparada y en cualquier momento se produciría su llegada. En casa, guardando confinamiento, esperábamos con ilusión, al tiempo que nos invadía cierta sensación de miedo e incertidumbre .
Meses antes estuve preparando este momento, entrené mi cuerpo, leí mucho acerca del parto, postparto, lactancia y maternidad. Empecé a gestionar las futuras visitas, el entorno y la adaptación de nuestro hogar. Sin embargo, todo dio un giro, el complicado estado que vivíamos rompió nuestros esquemas, surgió la preocupación por nuestra estancia en el hospital y que a la vuelta a casa con nuestra pequeña, seguiríamos encerrados sin poder ver a nuestra familia, sin que ellos pudieran conocerla.
Llegó el día, a los preparativos incluimos las mascarillas y partimos al hospital. Se podía palpar la tensión y preocupación del personal. En el área de maternidad todo estaba más tranquilo, aunque había que seguir nuevos protocolos. Finalmente me relajé y como había preparado mi mente para
ello, sólo tenía que confiar en el equipo que me asistiría, sabía que estaba en buenas manos.
Nació el 26 de marzo de 2020, un parto natural y bien dirigido por grandes profesionales. Al fin le vimos la carita y una vez en mis brazos, me sumergí en una realidad ajena a lo que caía afuera.
De nuevo en la habitación, papá, bebé y yo, formamos esa simbiosis perfecta, empapándonos de su paz y ternura mientras le ofrecíamos nuestro amor y cuidado. Así transcurrieron los 3 días de estancia en el hospital, con la única interrupción del amable personal sanitario. Ni padres, ni hermanos, ni amigos, ni esporádicas visitas. Este sin duda, resultó ser el hecho más positivo que trajo esta situación.
Tras el parto me encontraba demasiado cansada. Recuerdo que tuve que hacer un gran esfuerzo para atender a aquella miniatura que tanto me necesitaba y era el momento de poner en práctica toda la información que había recogido para lo que tanto me preocupaba, poder dar de comer a mi bebé.
Dos días y dos noches prácticamente sin dormir, vigilando mi postura, mis pechos, ofreciéndole todo mi ser para crear ese vínculo mutuo tan necesario. Fuimos muy afortunadas de hacerlo en silencio, sin interrupciones y con el gran apoyo de papá. Cansada, pero al mismo tiempo emocionada, me preguntaba continuamente si lo estaría haciendo bien. Era una gran responsabilidad y tenía miedo de fracasar. Lo conseguí, y ahora entiendo la gran importancia de respetar el descanso y la intimidad del recién nacido y sus papás, algo que debería de cambiar en nuestros hospitales.
Abandonamos el hospital y volvimos a recordar lo que sucedía ahí fuera, calles vacías, caras de preocupación, tenía miedo de respirar aquel aire y fuimos con prisa para proteger a nuestro bebé hasta al fin, llegar a casa.
De nuevo, solos los tres y esta vez sin enfermeras para curar mis heridas o vigilar la salud de la pequeña. Tampoco tenía a mamá para que viese mi nuevo cuerpo y contarle toda esta experiencia.
Pero contaba con todo el tiempo del mundo para atender al bebé y la gran suerte de tener a papá a mi lado. Las primeras semanas dormimos poco, y yo me pasaba horas y horas sentada dándole de mamar. Nadie llamaría a nuestra puerta, así que pudimos organizar nuestro descanso.
Durante mes y medio mostramos a los abuelos y titos la evolución de la pequeña mediante videoconferencia. Esta sin duda fue la situación más dura. De hecho, puedo afirmar que vivimos el momento perfecto para nuestro bebé y que sólo hubo un motivo que me mantenía el corazón encogido, cada día que pasaba sin que los abuelos pudieran ver y abrazar a su nieta. Hubo días de bajón, y lloré.
A pesar de esta dura situación, me mantuve fuerte y pude controlar esos sentimientos, además, me veía físicamente bien, me sentía bien cuidando a mi bebé, que rápidamente empezó a ganar peso lo que me daba mayor confianza, más la suerte de contar con la continua presencia de papá.
Así pasaron nuestros días de encierro, creo que fuimos muy afortunados, más aún cuando una vez permitido, pudimos visitar a la famila. Podéis imaginar cuántas emociones surgieron el día del reencuentro, aún lloro recordándolo.
Los que hemos vivido esta experiencia en tiempos de coronavirus, hemos aprendido una lección, y ojalá, algo cambie en este bonito inicio a la maternidad/paternidad.
33 años y madre a los 33